dilluns, 30 de gener del 2012

El naufragi de l'esquerra

Paga la pena llegir amb atenció l'últim Quadern de Cristianisme i Justícia sobre El naufragi de l'esquerra, escrit per José Ignacio González Faus. L'autor proposa una nova (per oblidada) tasca per a l'esquerra per "intentar canviar la barbàrie del nostre món", perquè a ella li és propi promoure una "civilització de la sobrietat compartida" i una "democràcia econòmica" (o una economia democràtica, afegim nosaltres). Com diu al vídeo de presentació, es tracta, bàsicament, de posar-se del costat de les víctimes (pobres, oprimits, malalts, dones maltractades...), que en definitiva són els privilegiats de Déu (fonamentació teològica), i lluitar per reduir al màxim les desigualtats. Us deixo l'enllaç on trobareu el Quadern. També insereixo aquí el vídeo esmentat.


dimecres, 18 de gener del 2012

La democràcia en perill

LA DEMOCRACIA EN PELIGRO
Josep Ramoneda. EL PAÍS, 16/01/2012

La democracia tiene por origen la igualdad de condiciones", decía el filósofo Claude Lefort (1924-2010). Es una manera de explicar que la democracia es un régimen político que se funda en una determinada forma de sociedad. La introducción del sufragio universal o una apariencia de separación de poderes no son suficientes para que se pueda hablar de democracia con propiedad. En estos tiempos de transiciones democráticas construidas sobre las cenizas de imperios totalitarios o de regímenes autocráticos, los ejemplos abundan: Rusia hoy no es una democracia por mucho que se convoquen elecciones y que exista un sistema de partidos políticos. No se dan las condiciones de igualdad y respeto que la democracia exige. Lo mismo puede decirse de países como Irak, donde las fracturas étnicas, la falta de cohesión social y la violencia consiguiente, no permitan hablar de democracia en sentido pleno.

Sin igualdad de condiciones, ¿qué sentido tiene la soberanía popular? La igualdad de condiciones se ha ido creando muy lentamente. En muchos países de Europa, las mujeres adquirieron el derecho a voto en el siglo pasado. Sin la mitad de la población la democracia y la soberanía eran un mito. Actualmente, los extranjeros tienen muy limitado el derecho de voto, son los ecos de una cultura que entendió que el Estado-nación era el lugar propio de la democracia y que persistió en convertir al otro en sospechoso.

Pero Claude Lefort nos recuerda también que la democracia es un régimen en el que el poder político no está incorporado a lo social, no se tiene, se ejerce. Por eso puede decirse que el poder es un espacio vacío. En un régimen aristocrático o monárquico el poder está inscrito en la naturaleza de la sociedad: el palacio nunca está vacío, a rey muerto, rey puesto. En democracia el palacio es un lugar de paso, en el que siempre se está con carácter provisional. El pueblo -heteróclito, múltiple y conflictivo (como dice Lefort)- es el soberano que decide sobre quién ocupa provisionalmente este lugar vacío que es el poder. La naturaleza plural del pueblo -diferencias sociales, diferencias culturales, diferencias de intereses- hace que la sociedad democrática asuma el conflicto como factor de vitalidad y de progreso. De ahí que la polarización derecha-izquierda haya sido extremadamente útil para el desarrollo y consolidación de la democracia. La confrontación parlamentaria opera como ritual de solución de conflictos y de sublimación de la violencia social. Algunos autores, como Ralph Dahrendorf, han llegado a poner en duda la continuidad de la democracia más allá de esta oposición simple. Porque, en el fondo, una democracia sin alternativa es un contrasentido, porque es una democracia sin vida. Y la alternativa desaparece cuando la alternancia se limita a un simple cambio de personas, sin diferencias sensibles en las políticas.

El discurso que afirma que no hay alternativa, que se desplegó en Occidente a partir de los ochenta, es letal para la democracia, además de ser una estupidez en sí mismo, como nos recuerda Hans Magnus Enzensberger: "Es una injuria a la razón", "es la prohibición de pensar", "no es un argumento, es un anuncio de capitulación". Curiosamente esta capitulación de la política democrática ha llegado en el momento en que los regímenes democráticos más se han extendido por el mundo. La democracia ha entrado en franca pérdida de calidad en Europa, precisamente cuando es mayor que nunca el número de países que la están ensayando. Quizás la revitalización de la política democrática venga del universo poscolonial, donde parece que emergen las energías que faltan a una tierra tan gastada como Europa.

En el proceso de metabolización de la soberanía del pueblo en vida política democrática juegan un papel decisivo los medios de comunicación y las instituciones intermedias, que son las que crean opinión, crítica y discurso alternativo. Estas instituciones: partidos, sindicatos, asociaciones, organizaciones de la sociedad civil y demás grupos sociales presentan claros síntomas de agotamiento y reclaman una reforma a fondo con urgencia. Son instituciones nacidas con la cultura de la prensa escrita que chirrían en la sociedad de la información. ¿Cuál es el destino de la democracia en tiempos de Internet? Entre las potencialidades de la cultura de la colaboración que Internet ofrece y la amenaza distópica de la multitud colgada de una nube todopoderosa, hoy por hoy, hay más incógnitas que hipótesis plausibles. ¿Sabremos hacer de las redes un instrumento de creación de tejido social, de conexión cultural y de reconocimiento, sin mengua de la autonomía del individuo-ciudadano?

Mientras tanto, lo que impera en Europa es el empequeñecimiento de la democracia. He aquí algunas características del estado de nuestras democracias: Negación de la alternativa: la hegemonía ideológica de la derecha y la debacle ideológica de la izquierda dejan al sistema sin contrapeso. La crisis ha llevado el principio "no hay alternativa" al paroxismo. Ya no es solo una cuestión de modelo de sociedad, sino incluso de políticas concretas. Las exigencias de los mercados y las órdenes de la señora Merkel, que ha hecho de Europa un protectorado alemán, han sido los argumentos para que los gobernantes rehuyeran la funesta manía de pensar.

Políticas del miedo: los Gobiernos, con el acompañamiento de un poderoso coro mediático, han desplegado el discurso de la culpa colectiva -hay que pagar la fiesta de nuestra irresponsabilidad- para extender la idea de un escenario sin ventanas al futuro y poner el miedo en el cuerpo de la ciudadanía. El miedo siempre ha sido el mejor instrumento para la servidumbre voluntaria.

Satanización del conflicto: desde determinados sectores ideológicos, especialmente de la derecha, se salió en tromba contra los indignados por haberse atrevido a señalar la desnudez de nuestra democracia y a preguntar por la posibilidad de una alternativa.

Cultura de casta: el complejo político-económico-mediático aparece cada vez más alejado de la ciudadanía, como una casta cerrada en la que el espectáculo de la sobreactuación de sus diferencias no alcanza a disipar la certeza de un juego de intereses compartidos y de complicidades manifiestas. Sensación agravada por una corrupción que en algunos países amenaza en ser sistémica; y por la crisis de las instituciones intermedias, que han dejado de bombear presión social hacia arriba. Desde esta casta se ejerce un control creciente de la palabra que hace que casi todo pueda decirse, pero que casi todo lo que se dice quede a beneficio de inventario.

Ruptura de las condiciones básicas de igualdad. El crecimiento exponencial de las desigualdades y el deslizamiento de una parte importante de la población hacia el precipicio de la marginación hace que no se dé la igualdad de condición propia de la sociedad democrática. La fractura entre integrados y marginados es una herida letal para el sistema democrático.

Poco antes de morir, Claude Lefort decía: "Se puede temer un poder que adormece a la sociedad, un poder que no consulta y que reforma sin que haya movilización de los interesados. Se puede temer una sociedad que se deja modelar por una autoridad, lo que antes era impensable". Ya estamos en lo que Lefort temía, es el camino hacia el totalitarismo de la indiferencia.

dilluns, 9 de gener del 2012

Un article valent

Reproduïm tot seguit un article d'opinió escrit conjuntament pel professor Albert Chillón i l'antropòleg Lluís Duch, tot un referent intel·lectual del país. Posen el dit a la nafra de les obres poc cristianes dels partits conservadors que ens governen, ells que presumeixen tant de cristianisme. Com asseguren els autors, aquest implica "compassió, fraternitat i solidaritat", tan necessàries, afegim nosaltres, per a un nou compromís socialdemòcrata i un diàleg sincer i obert entre ambdós móns. Així ho creiem i així ho defensarem també en aquest bloc. Bona lectura.


EL DESGOBIERNO DE LA SALUD
Lluís Duch, antropólogo y monje de Montserrat; y Albert Chillón, profesor y director del máster en Comunicación, Periodismo y Humanidades, UAB.
LA VANGUARDIA, 6 de enero de 2012

Habituados a ser usuarios de un sistema público de salud universal, de calidad y gratuita, cada vez más ciudadanos temen hoy caer enfermos y no ser debidamente atendidos. Y no les faltan razones para estar asustados. El Govern presidido por Artur Mas ya ha empezado a trocear en pequeñas empresas públicas participadas por el capital privado el Instituto Catalán de la Salud (ICS), presentado hasta anteayer como la alhaja del Estado de bienestar catalán. Y en el año transcurrido desde que se hizo con las riendas del poder ha suprimido numerosos ambulatorios, ambulancias y camas; aumentado en más de un 20% las listas de espera; eliminado entre el 30% y el 40% de las intervenciones quirúrgicas y amedrentado al colectivo médico y sanitario, sometido a reducciones de sueldo y plantillas, y a condiciones de trabajo cada vez más abruptas.

Entre tanto – como es y será de esperar- proliferan las denuncias de particulares que vinculan fallecimientos de familiares con semejante amputación, tan amenazante que está impulsando la contratación de pólizas privadas. Y el 25 de octubre pasado, justo en medio de la vorágine, el conseller de Salut de la Generalitat, Boi Ruiz, proclamó de viva voz su ideario: la salud “es un bien privado que depende de cada ciudadano y no del Estado”; los pacientes son responsables exclusivos de su enfermedad; y “no hay”, en definitiva, “un derecho a la salud porque esta depende del código genético de la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos”. Acabáramos.

Las iniciativas y declaraciones de Ruiz -ex presidente de la patronal de la sanidad privada concertada- revelan un extremismo neoliberal cuya simpleza resultaría caricaturesca de no ser siniestra: la salud pasa por ser un bien privado, y por tanto una mercancía cuyo valor de cambio depende del poder de compra de cada sujeto. Tal postura delata, como es notorio, una noción elitista, deshumanizadora y economicista de la res publica, un sofisticado fanatismo dispuesto a sacrificar los valores y fines públicos en el altar del mercado. Y ello a pesar de que Ruiz y el bipartito al que se debe forman parte de una tradición sociopolítica que se atribuye presuntas raíces cristianas.

Si nos atenemos al “por sus frutos los conoceréis”, del evangelista Mateo, la realidad se revela muy otra, sin embargo. Los frutos, acciones y omisiones de Ruiz -y de tantos tecnócratas que asuelan la gobernanza democrática- atentan contra la médula del mensaje cristiano, basado en la exhortación a la compasión, la fraternidad y la solidaridad, y en la conjugación de lo personal y lo comunitario. Obcecado por una mística de la rentabilidad que le impide advertir hasta qué punto los muy privados desmanes del capital financiero han perpetrado esta crisis, él y su Govern olvidan que el ser humano posee una doble condición natural y cultural, es decir, biológica y social a un tiempo. Y que su salud, por consiguiente, mejora o empeora en función de las circunstancias sociales en que transcurre su vida, además de depender de su dotación genética, hábitos y accidentes. Lejos de ser neutras, las ideologías y praxis políticas tienen el poder de promover el bienestar y el malestar de los ciudadanos, que sólo pueden ejercer su libre albedrío si quienes gobiernan promueven contextos y entornos con la responsabilidad que les corresponde.

Desde sus inicios hasta la hora presente, el capitalismo ha propiciado el padecimiento físico y psíquico de quienes sufren más su dominio. Las causas hay que buscarlas en las draconianas condiciones de sus cadenas y ritmos de trabajo, basadas en la maximización del beneficio a costa de la conversión de los asalariados en cosas y mercancías. En su producción estructural de la pobreza y la miseria, consonante con su endémica degradación y expolio de la biosfera. O en la generalizada ansiedad -y el socavamiento de la personalidad- que la marginación, el hacinamiento y la precarización de crecientes sectores de la población propician.

A lomos de la ideología neoliberal, cuyo galope agosta las democracias, el hipercapitalismo se distingue por socializar las pérdidas a costa de las clases medias y sobre todo de las subalternas, y por privatizar las ganancias en casi exclusivo beneficio de las élites del poder, hoy mucho más concurridas que antaño. Embaucadas desde los años noventa por un espejismo de riqueza que las hizo cómplices del desafuero especulativo, las mayorías menesterosas pagan ahora la más gravosa factura de esta crisis, incluido el venal desmontaje de los sistemas de salud públicos. Y cargan, además, con el coste físico y psíquico de un sistema de dominio basado en la deliberada explotación de la precariedad y el miedo.

Cada vez más, las personas son tratadas como náufragos dejados a su suerte, mientras aumenta a todas luces la desigualdad en la distribución de la riqueza, como no ha dejado de hacer en los últimos treinta años. Y mientras cunde, asimismo, ese sálvese quien pueda que resume la deriva reaccionaria del Govern presidido por Artur Mas, cuya pulsión neoliberal se aparta del ideario socialcristiano de su mentor, Jordi Pujol, y alienta políticas que atentan contra el espíritu del cristianismo, contra la ética y los principios de la justicia y, en suma, contra la herencia del humanismo entero.

divendres, 6 de gener del 2012

El nou PSC i el catalanisme càlid


L’ésser humà es proposà millorar les coses que va trobar, com diria el poeta. Sembla que, per fortuna, no ens conformem tan fàcilment amb l’estat present de coses, i encara menys en moments com els actuals, tan desesperançats per la injustícia creixent. D’aquesta manera, neixen l’art, la religió o la política i, amb ella i més en concret, els moviments per transformar allò que hem trobat, a fi de bé. Vist així, hom diria que opcions com la socialdemocràcia o el socialisme democràtic tenen plena vigència i són del tot imprescindibles per al propòsit descrit.

A casa nostra, el PSC, l’opció socialdemòcrata catalana, acaba de viure un Congrés que ha significat una renovació sobre els fonaments que li donen sentit com a instrument d’emancipació al servei de la societat en el seu conjunt, perquè el socialisme democràtic transcendeix l’afer obrer i, si avui té encara més sentit, és per la seua defensa radical de les classes mitjanes i treballadores i els sectors més vulnerables i dinàmics, com els joves i els anomenats emprenedors, tal com han coincidit a destacar els nous dirigents.

Però paga la pena d’aturar-se en una consideració compartida pel nou primer secretari al citat Congrés. Pere Navarro venia a dir que socialistes són aquells que quan veuen un que pateix, s’aturen i se’n preocupen, com recordava Ramon Bassas al seu bloc. És inevitable la comparació amb la paràbola del bon samarità i la consegüent defensa d’un socialisme no només democràtic, sinó també ètic, és a dir, capaç de deixar-se interpel•lar pels rostres sofrents i de posar en qüestió els fonaments del marc normatiu, és a dir, de les convencions socials i, a vegades, les pròpies conviccions, d’allò que, en definitiva, hem heretat i volem, sí, millorar. Així de radical és l’ètica. Així de valuós és el compromís amb els altres.

L’ètica, que es basa en els afectes, és sobretot ètica de la sensibilitat vers l’altre, al qual acompanyem i acollim, en un àmbit d’intimitat, de calidesa i cordialitat. Joan Reventós assegurava que el “socialisme és, entre altres coses, un sentiment. Sense el sentiment que impulsa les persones, el socialisme no acaba de ser del tot. La seva transcendència descansa en el sentiment que desvetlla” (Què és el socialisme?, febrer de 1998).

La necessitat de prendre en consideració el sentiment posa de relleu el caràcter constitutiu de la política com a activitat essencialment ètica, en la qual hi ha un compromís fidel a una situació d’injustícia i en promou la seva transformació i millora. Per això, el PSC, el combat del qual es basa “en una radical motivació ètica” (Reventós), ha d’esdevenir un instrument capaç de fer-se càrrec del sentiment dels altres i ser així el partit del socialisme ètic i també del catalanisme càlid.

El catalanisme ha esdevingut un moviment (un sentiment?) força transversal, en menor o major grau, que poden compartir autonomistes, federalistes i independentistes. A tots ells, el PSC pot oferir-los quelcom que difícilment trobaran en altres opcions polítiques. Com a partit de govern i de reforma, per al PSC el combat social és indestriable del combat nacional. Dit d’una altra manera, no hi haurà emancipació nacional si no hi ha emancipació social (en el sentit més ampli, que inclou, òbviament, les “armes de la cultura i l’educació”, segons l’expressió de Reventós), perquè el seu propòsit és, com escriu Isidre Molas, “transformar el desig de llibertat en alliberament progressiu i l’ànsia d’igualtat en reducció progressiva de les desigualtats”. El catalanisme (càlid) del PSC s’emmarca en la “Catalunya real, la que avui existeix, la formada pels catalans que ara som” (Molas), amb els seus ideals, anhels i sentiments.

Davant el nacionalisme de bandera gran, que tot ho amaga, sobretot les injustícies, i a tots condemna si no hi combregues, fredament i sense miraments, necessitem un nou plantejament per a un nova majoria social que, amb un programa democràtic i ètic, n’eviti la seva fractura. Només es vertebra un poble quan aquest aconsegueix ser menys desigual i, per tant, més lliure. El catalanisme càlid és un catalanisme ètic, que aporta la perspectiva d’un universalisme situat, perquè situa l’emancipació del socialisme universal en l’àmbit concret de la comunitat de sentiment i referència, Catalunya.

El nou PSC pot ser l’instrument d’aquest catalanisme que, conscient de la insatisfacció permanent, reemprèn un nou compromís per evitar, almenys, la més ensordidora indiferència davant el patiment, la indignitat i la injustícia que trobem al país i que haurem de combatre en un àmbit d’esperança i anticipació vers una Catalunya més pròspera, més justa i més habitable, la que haurem de construir sobre les runes del present, a vegades tan injust per a la majoria amb la qual s’ha de formular la nova proposta perquè el catalanisme que apuntem pugui finalment reeixir.

Amador Marqués Atés
Diari Segre, 6 de gener de 2012